viernes, 17 de enero de 2014

Milagros de amor...

La fe de una niña Tess era una niña de ocho años muy espabilada, cuando oyó una conversación de sus padres acerca de su hermano menor, Andrew. Todo lo que ella sabía es que estaba muy enfermo y a ellos no les quedaba absolutamente nada de dinero. El mes próximo se mudarían a un edificio de apartamentos porque papá no tenía suficiente dinero para pagar la casa y las facturas médicas. Únicamente una operación de cirugía muy cara podía salvarle, pero en esos momentos daba la impresión de no haber nadie dispuesto a prestarles el dinero. Oyó a su papá decirle a su llorosa madre, entre suspiros de desesperación: "Sólo un milagro puede salvarlo ahora". Tess fue a su dormitorio y sacó un bote de vidrio para mermelada de su escondite en el armario. Esturreó todas las monedas en el suelo y las contó cuidadosamente. Por tres veces. El total debía ser perfectamente exacto y no había lugar para los errores. Volviendo a poner con cuidado las monedas en el bote, y cerrando la tapa, se deslizó por la puerta trasera y anduvo las seis manzanas que la separaban de la farmacia de Rexall, con su gran cartel de un Jefe Indio Piel Roja colgado sobre la puerta. Esperó pacientemente a que el farmacéutico la atendiera, pero él estaba demasiado absorto en su conversación con otro hombre como para ser molestado por una niña de ocho años. Entonces Tess chocó sus talones a fin de hacer ruido. Nada. Aclaró su garganta haciendo el sonido más asqueroso que pudo lograr. Nada. Finalmente cogió una moneda de su bote y empezó a dar golpecitos en el cristal del mostrador. ¡Por fin! - ¿Qué quieres? - preguntó el farmacéutico, con un tono de fastidio en su voz. - Estoy hablando con mi hermano de Chicago al que no había visto hace años - dijo sin esperar la respuesta a su pregunta. - Bueno. Yo quiero hablarle de mi hermano - le contestó Tess en el mismo tono de fastidio. - Está muy, muy enfermo y quiero comprar un milagro. - ¿Cómo dices? - dijo el farmacéutico. - Se llama Andrew y tiene algo malo creciéndole dentro de su cabeza y dice mi papá que sólo un milagro puede salvarle ahora. ¿Cuánto cuesta un milagro? - Aquí no vendemos milagros, pequeña. Lo siento pero no puedo ayudarte. - dijo el farmacéutico, suavizándose un poco. - Escuche, tengo dinero para pagarlo. Si no es bastante, conseguiré el resto. Sólo dígame cuánto cuesta. El hermano del farmacéutico era un hombre muy trajeado. Se inclinó hacia la niña y le preguntó: - ¿Qué clase de milagro necesita tu hermano? - No lo sé - replicó Tess con los ojos llenos de lágrimas. - Sólo sé que está realmente mal y mamá dice que necesita una operación, pero papá no puede pagarla, por eso quiero usar mi dinero. - ¿Cuánto tienes? - preguntó el hombre de Chicago. - Un dólar y once centavos - contestó Tess en voz tan baja que apenas se le oía. - Y es todo el dinero que tengo, pero podría obtener más si fuera necesario. - ¡Vaya!, ¡qué coincidencia! - rió el hombre - Un dólar y once centavos... el precio exacto de un milagro para hermanos pequeños. Cogió el dinero con una mano mientras le daba un apretón de manos con la otra, y dijo: - Llévame a tu casa. Quiero ver a tu hermano y conocer a tus padres. Veamos si tengo la clase de milagro que necesitas. Aquel hombre trajeado era el Dr. Carlton Armstrong, un cirujano especialista en neurocirugía. La operación se realizó sin coste alguno, ni lo hubo hasta que Andrew estuvo de nuevo en casa, recuperándose. Los padres hablaban, llenos de felicidad, sobre la cadena de acontecimientos que los habían conducido hasta ese preciso momento. - Esa operación quirúrgica - suspiró la madre de Tess - fue un verdadero milagro. ¿Me pregunto cuánto habría costado? Tess rió. Ella sabía exactamente cuánto costaba un milagro... un dólar y once céntimos... más la fe de una niña.

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